El fenómeno de la masculinización ni es nuevo, ni propio de Galicia. Algunos sociólogos estadounidenses ya describieron diferencias entre hombres y mujeres en los movimientos migratorios. Por una parte, la situación de las mujeres en el ámbito rural apenas les proporcionaba oportunidades laborales fuera del contexto familiar, de tal modo que, en cuanto surgían oportunidades de emigración, las mujeres jóvenes tenían menos que perder que los hombres.

Por otro lado, la pérdida de influencia de la vida en el campo llegó a convertir a los propietarios o herederos de explotaciones rurales en malos partidos frente a los hombres con empleo en la ciudad. Ellos heredan la propiedad, pero ellas prefieren otro futuro lejos del campo, una situación que se vive con más intensidad en los setenta.

Mejor formadas

El desequilibrio se verá suavizado a finales del siglo pasado con la merma de expectativas para todos en el medio rural, de modo que la emigración se iguala y ni siquiera el varón se queda en la casa familiar. En los últimos años, sin embargo, se añade una nueva variante al fenómeno de la masculinización: la mejora formativa entre las mujeres jóvenes que surgen del medio rural. Más preparadas que sus compañeros del pueblo, prefieren buscar a jóvenes con una formación académica al menos similar a la de ellas.

Con todo, la importante diferencia entre la esperanza de vida de hombres y mujeres acaba arrojando un saldo favorable al censo femenino, pese a que, incluso en edades avanzadas, es más fácil que una mujer abandone su medio para irse a vivir con un hijo a que sea un hombre quien dé ese paso cuando enviuda.