(09/03/2020)
beirut / E. La Voz 09/03/2020
En la novela 1984 George Orwell imaginaba una distopía en la que un barco de refugiados era bombardeado en algún lugar del Mediterráneo. Una estampa que se acerca mucho a lo que está ocurriendo ahora con el acoso a barcos de migrantes en aguas del Egeo o la represión con gases lacrimógenos en la frontera greco-turca, que se repitió ayer. Miles de refugiados han quedado varados a las puertas de la UE y atrapados en los cálculos geoestratégicos de Ankara tras la escalada bélica en la provincia siria de Idlib. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, instó ayer a Grecia a abrir sus puertas para evitar la saturación de migrantes.
El avance del Ejército regular sirio, con apoyo aéreo ruso, en Idlib ha empujado a un millón de sirios hacia el norte de la última provincia que escapa al control de Bachar al Asad. La frontera con Turquía es la única vía de escape. Ankara acoge 3,7 millones de refugiados sirios y Erdogan «no está dispuesto a aceptar más refugiados», dice Nicholas Danforth, analista del centro de estudios German Marshall Fund.
Al abrir su frontera con Grecia, Turquía quebranta el pacto migratorio del 2016, por el que los socios europeos le prometieron 6.000 millones de euros a cambio de que sellara su frontera y contuviera a los refugiados sirios. La apertura ahora de las frontera por parte de Erdogan es una medida de presión a la UE para que comparta la carga humanitaria y apoye a las tropas turcas en Idlib que intentan frenar las fuerzas de Damasco, apoyadas por Rusia. Sin embargo, la UE «no parece dispuesta a arriesgarse a una confrontación con Siria o Rusia», puntualiza Danforth.
Blindándose aún más. Grecia y la agencia comunitaria Frontex han aumentado su presencia militar en la frontera con Turquía y el Ejecutivo heleno ha suspendiera por un mes el derecho a solicitar asilo, incumpliendo la legislación internacional, según denuncia Acnur. La Comisión Europea destinará 700 millones para ayudar a Grecia a blindar la frontera.
Más de 230.000 sirios han retornado desde Turquía, el Líbano, Jordania e Irak a Siria desde el 2016. Solo en el 2019 regresaron 96.253, según la ONU. Pero Siria dista de ser un país seguro. En febrero murieron 275 civiles, entre ellos 57 menores, según datos de la oenegé Observatorio Sirio de Derechos Humanos.
Tres millones de civiles esquivan el fuego aéreo y de artillería de Damasco y Moscú en la provincia de Idlib. Desde que comenzó la ofensiva contra los grupos rebeldes y yihadistas en abril del 2019 han muerto 1.500 civiles, según la ONU, y desde que se intensificó en diciembre ha provocado 961.000 desplazados. Este éxodo, el mayor en nueve años de guerra, ha provocado que miles de civiles sobrevivan en la precariedad y el hacinamiento cerca de la frontera turca con temperaturas bajo cero. Durante los pasados años, el régimen ha ido expulsando a Idlib a militantes y activistas «irreconciliables» según iba reconquistando bastiones opositores. Pero ahora ya no queda un lugar en Siria a donde desplazarlos.
¿Quién es la oposición armada en Idlib?
Dentro del amasijo de grupos armados en Idlib destacan los yihadistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS, antes conocido como Frente Al Nusra), que cuenta con 10.000 combatientes. En el acuerdo de Sochi del 2018, Turquía se comprometió a contener a HTS y controlar el alto el fuego estableciendo puestos de observación a cambio de que Al Asad no atacara. La realidad es que Ankara no ha actuado como filtro entre grupos moderados y radicales. Este es el pretexto de Damasco para justificar la ofensiva.
En una entrevista a Crisis Group, el líder de HTS, Abu Muhamad al Jolani, aseguraba que había renunciado a sus ambiciones yihadistas internacionales y se había desligado de Al Qaida. Pero su grupo ostenta un historial de detenciones y torturas documentado por organizaciones como Human Rights Watch.
Turquía puede «recibir apoyo retórico de EE.UU., pero no cooperación militar significativa», explica Danforth, ya que la Administración Trump es reacia a enfrentarse militarmente a Al Asad. A esto hay que sumarle que Turquía ha desafiado a Washington y, por ende, a la OTAN, tras la compra del sistema de defensa antiaéreo S400 a Rusia. Aun así, ser miembro de la OTAN supone un respaldo para Ankara, ya que Moscú es consciente de que «la frontera turca es una clara línea roja, limitando el alcance de una posible respuesta rusa», afirma Danforth. Si hubiera un ataque en territorio turco, la Alianza Atlántica tendría que acudir en ayuda de Erdogan.
En febrero, 53 soldados turcos murieron por fuego del régimen de Al Asad y Erdogan respondió «neutralizando» (término para referirse a muertos, heridos o capturados) a 300 soldados del Ejército regular sirio. La represalia turca cambia la ecuación en Siria: hasta ahora Rusia era la única potencia dispuesta a emplear la fuerza.
«Al mostrar su disposición a infligir bajas [al bando enemigo], Turquía busca presionar a Moscú para llegar a un acuerdo adecuado a sus intereses», explica Danforth. Más allá de una entrada masiva de refugiados, Erdogan se juega la influencia en la mesa de negociación y la permanencia en la franja que ocupa el nordeste de Siria. Según Danforth, el cálculo de Erdogan era establecer buenas relaciones con Rusia (acuerdos militares o el gasoducto Turkstream) para usarlas como contrapeso en el tablero sirio. Pero las muertes de los soldados turcos en Idlib demuestran que Putin prioriza a Bachar Al Asad frente al presidente turco.
En la cumbre celebrada el jueves en Moscú, Putin y Erdogan pactaron un alto el fuego y desplegar patrullas turco-rusas a lo largo de la estratégica carretera M4. El memorando se publicó en turco, ruso e inglés, pero no en árabe. El destino de Siria se decide en despachos extranjeros.
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