(12/06/2009)
En la pasada década de los años cincuenta se inauguró en Galicia una etapa en la que se intensificaron los movimientos migratorios, con consecuencias negativas en la evolución de la población, tanto por la salida de personas en edades decisivas como por los efectos que este éxodo tenía: los emigrantes no tenían a sus hijos en Galicia y, por ello, en la comunidad envejecían las personas que quedaban y disminuía también la tasa de fecundidad.
El destino elegido en aquel momento fue América. Ya lo había sido antes. De hecho, como refleja el estudio de Ana Cabana, la emigración gallega a este continente superó el medio millón de personas entre 1880 y 1930 (respecto a un censo total de 2 millones de habitantes), y desde 1835 a finales del siglo XX se registraron en Galicia 1.700.000 salidas, en su mayoría protagonizadas por hombres y jóvenes.
Después llegó la segunda oleada. La emigración a Europa, incipiente en los años cincuenta, se consolidó en el período entre 1960 y 1975. Suiza, Alemania, Francia, Holanda y el Reino Unido atrajeron entonces a medio millón de gallegos, a los que la industrialización tardía obligó a salir a trabajar en el extranjero.
«La emigración es compleja y diversa -afirma el historiador Ramón Villares-, y tiene su cara adversa, dura y dolorosa, pero estructuralmente es también un elemento fundamental de transformación de las sociedades contemporáneas. Sin movimientos de la población no sería posible el desarrollo económico».
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