(30/06/2015)
Algún tiempo atrás cierto periódico utilizaba a menudo la rúbrica que encabeza esta columna para sus noticias sobre inmigración, pese a lo cual resultaba y resulta evidente que esos problemas no eran o son sólo de los inmigrantes, sino de toda la sociedad española de la que estos desean (o deberían desear) convertirse en parte, por no mencionar el hecho de que las muertes en las fronteras de personas que han sido expulsadas de sus países son (o deberían ser) un problema de todos nosotros, en tanto congéneres. Al parecer, ni siquiera un país católico como España comprende qué cosa es la piedad y convierte las dificultades de sus inmigrantes en problemas de un otro indeseable y sin rostro.
Un país con un pasado más atroz que España sí parece haberlo entendido. En 2013, en Alemania, cuatro estudiantes crearon el proyecto Cocinar por fuera del plato en el marco del cual un grupo de refugiados confecciona platos de sus países de origen en sus casas para los visitantes y narra sus historias. La iniciativa trasciende la experiencia gastronómica, sin embargo: con la excusa de la degustación de comida de otros países (el único aspecto en el que las sociedades europeas parecen dispuestas a transigir con sus inmigrantes), lo que se cocina en esos encuentros es un contacto directo con ellos que permite ponerle nombres y rostros a las que, de otra forma, sólo son noticias en el periódico, datos y cifras de muertos y desplazados sin historia alguna. Cocinar por fuera del plato pone de manifiesto algo que a menudo olvidamos: que “los problemas de los inmigrantes” son los nuestros, que todos somos uno en un mundo cada vez más pequeño. Quizás España todavía esté a tiempo para comprenderlo.
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