(12/05/2009)
Para los demógrafos, no hay duda: Europa envejece peligrosamente para su prosperidad. Los economistas sacan una consecuencia inmediata: Europa necesita mano de obra inmigrante para poder producir más riqueza. Los políticos perciben una realidad muy distinta: las poblaciones viven con inquietud y hostilidad la «invasión» de inmigrantes de distinta raza, religión, cultura.
El Programa de La Haya (2004) fijó diez grandes prioridades, para intentar echar los cimientos de una posible política europea de la inmigración. Pero los flujos migratorios, las nuevas formas del tráfico de seres humanos, la crisis, atizan tensiones de nuevo tipo. La Comisión vuelve a proponer la gestión común de la inmigración, dentro del espacio policial de Schengen: las políticas policiales de los 23 miembros de ese espacio europeo de la seguridad interior son ya manifiestamente insuficientes. Y la tentación es grande, aquí o allá, de tomar medidas nacionales «más expeditivas» contra la inmigración ilegal.
Los dos políticos más populares de Europa, conservadores, Berlusconi y Sarkozy, conocedores eméritos de sus respectivos tejidos electorales, han desenterrado el tema inflamable de la inmigración como arma electoral. Intentando armonizar las necesidades demográficas y económicas (más inmigrantes) y los reflejos populistas (hostilidad contra la inmigración), Sarkozy avanzó el concepto de «inmigración controlada»: mano dura contra la inmigración ilegal, y puertas abiertas a una cierta inmigración «de élite». Crisis, paro y angustia social, de europeos e inmigrantes, quizá esté socavando ese concepto político
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