- Terá lugar ao longo dos meses de novembro e decembro no Centro Galego de Artes da Imaxe (CGAI) da Coruña.
Ciclo promovido por el Consello da Cultura Gallega con el hilo conductor de las relaciones cine-emigración y dos epicentros bien señalados. Por una banda, se recoge el apunte histórico autóctono facilitado a través de las imágenes del NO-DO -un documental, Aires de mi tierra (1958) y una noticia sobre emigrantes en Vigo-, registro acaparador de la imagen documental en el período de la dictadura franquista, o del largometraje Tierra de nuestros mayores (1960), del pontevedrés afincado en Uruguay Manuel Arís, emblema del documento de la emigración o material de correspondencia cinematográfica gallega destinado al público residente en Latinoamérica. La última película de Margarita Ledo, A cicatriz branca (2012), contribuye a recuperar de manera fascinante las pisadas, gestos, ecos y lugares de los flujos migratorios gallegos en la Argentina mezclando sabiamente ficción y fondo documental.
El otro motor de este ciclo pasa por el desplazamiento físico, antropológico y vivencial a los Estados Unidos. Un film premiado en Rotterdam y San Sebastián, Norteado (2009) de Rigoberto Pérezcano o el recorrido superviviente desde México, y más sendas piezas de culto que acaban de exhibir respectivamente su versión completa y la restaurada en prestigiosos certámenes (Venecia, Cannes y Locarno): La puerta del cielo (1980) de Michael Cimino y Érase una vez en América (1984) de Sergio Leone. El film de Cimino, hermosa y poética superproducción, conducía a la quiebra a la United Artists al tiempo que era mutilado dolorosamente. Ofrece un relato que socava la idealización de Estados Unidos como tierra prometida con el retrato de la y del inmigrante (en este caso de la Europa del Este) entendido como paria y/o chivo expiatorio. En Érase una vez en América, el inmigrante, aquí de origen hebreo, aparece caracterizado de manera compleja, abocado tantas veces a la figura del arribista, el delincuente o el hombre de negocios, y Leone, en el último film de su coherente trayectoria, terminaba la ambiciosa trilogía "Once upon a time" -después de Hasta que llegó su hora (1968) y Agáchate, maldito! (1971)- con un retablo completo y memorable del siglo XX.