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El benefactor cangués con acento porteño

(16/07/2012)

El benefactor cangués con acento porteño

 
 
Domingo, 15.07.2012
  • Rafael Gil preside un hogar gallego para acoger personas ancianas en Buenos Aires.

Rafael Gil viaja con regularidad a Cangas, donde aprovecha para visitar a su familia y amistades. Foto: G.N.

La emigración de los años 50 convirtió en cuna de los gallegos y las gallegas lugares como Argentina, cuyas ciudades se llenaron de emigrantes que atravesaron el gran charco para labrarse un futuro mejor. El cangués Rafael Gil Malvido es un ejemplo, ya que viajó a Buenos Aires, con su familia, con tan solo 16 años. Su vinculación con Galicia es tanta que, con 70 años, es el presidente del Hogar Gallego para Ancianos de Domselaar, donde son acogidas personas ancianas abandonadas por sus familias. Un congreso permitió que Gil volase a España, viaje que aprovecha para reunirse con su familia de Cangas.

Muchos fueron los gallegos y las gallegas que durante los años 50 se vieron obligadas a marchar de su tierra natal para buscar fortuna en países extranjeros, para hacer las Américas. Venezuela, Cuba o Argentina eran los destinos más solicitados por miles de emigrantes que dejaban atrás a sus familias con la esperanza de proporcionarles un futuro mejor.

Éste es el caso de Manuel Gil Gil, conocido como "O Sultán". Este marinero cangués viajó a Buenos Aires, lugar al que se trasladó posteriormente su mujer, Justa Malvido Fernández y sus hijos, desde Cangas, en 1957. Más de cincuenta años después, su hijo Rafael Gil Malvido, viaja hasta Cangas con regularidad para recorrer las calles del pueblo que lo vio nacer y en el que pasó los primeros 16 años de su vida. "Cuando volví a Cangas y vi por primera vez el puente de Rande empecé a llorar de la emoción en el avión". Y es que Gil tardó 33 años en regresar a Galicia, tras los que encontró "su Cangas" totalmente cambiado. "Pasé 15 días recorriendo todo O Morrazo, sin dejar de emocionarme", asegura mientras se relaja en una céntrica terraza, explicando entre risas que "donde antes había un burro, ahora hay un auto de último modelo".

Aunque Cangas es el lugar que lo vio nacer, Gil siempre llevará la ciudad de Buenos Aires en su corazón. De esto se dio cuenta cuando tomó la decisión, en 1990, de volver a Galicia y abrir un restaurante. "Echaba mucho de menos Argentina y tuve que plantar todo y volverme", asegura Gil, y es que la morriña que siente por Argentina y Cangas está a la par. Tal es su compromiso con Galicia que hace 37 años decidió empezar a colaborar, en Buenos Aires, con el Hogar Gallego para Ancianos, del que es presidente desde hace ya más de una década. Orgulloso de su labor en el centro, Gil explica cómo en el hogar acogen a ancianas y ancianos abandonados por sus familias ya que, afirma, "quedarse solo es muy triste, por eso yo voy a seguir ayudándolos mientras pueda".

Con 70 años y jubilado, Gil continúa trabajando en el hostal, ya que se ve "con fuerzas" para desempeñar el trabajo, además de resultarle gratificante. Fundado en 29 de junio del año 1943 por, entre otros, el escritor exiliado Luis Seoane, el hogar fue creciendo hasta albergar en la actualidad a 128 "abuelos", como los llama con cariño Gil, que se encuentran en un estado límite tras ser abandonados por sus familias. "Todo empezó cuando, en un periódico, apareció una noticia de una mujer ourensana muerta por frío allí, en Buenos Aires". Tras la preocupación que surgió en ese momento, los fundadores decidieron crear un área para ofrecer un hogar a las gallegas y los gallegos desamparados. Para hacerlo escogieron el lugar de Domselaar, a 60 kilómetros de la capital, en el que se instalaron en 34 hectáreas de finca en las que las y los residentes disfrutan de todas las comodidades posibles. "Es como un hotel de 5 estrellas, los ancianos están bien cuidados y reciben la mejor atención", asegura Gil mientras explica las características del centro, que cuenta también con una huerta en la que los abuelos "se pelean por ver quién saca los mejores tomates", asegura.

La precaria situación del país, critica Gil, hace que el centro se vea obligado a mantenerse gracias a las ayudas que recibe desde el gobierno central español y las administraciones gallegas, junto con las aportaciones de las y los propios residentes del hogar. "Los abuelos nos dejan un poco de la mínima pensión que les dan", asegura, mientras que los inmuebles o plazas de garaje de los que disponen los alquilan para conseguir los fondos necesarios.

Su hermano pequeño, Modesto Gil, desempeña la función de presidente de fiestas en un área gobernada por la generosidad de un grupo de personas argentinas y gallegas que no olvidan su Galicia natal, o por sus hijos y nietos. Una iniciativa arriesgada que mantiene viva la colaboración entre el colectivo emigrante en Argentina y que hace que los "abuelos" del hogar sientan de cerca el cariño y el apoyo de una tierra a la que, por diferentes motivos, no han podido regresar.

 

 

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